5/06/2010

Dejadme soñar con las estrellas...


Siempre imagino, que es mío, que lo puedo administrar, controlar, y despachar como si en casa estuviera.
Admito y reconozco que paso el dedo por los cuadros, tapetes, cómodas y todo aquello que parece inaccesible como un gobernante, por si tiene polvo. Miro arriba y abajo a derecha e izquierda, observo ventajas, posibles mejoras y cómo distribuiría yo esto, o aquello.
No dejo nada al azar, mantas, sábanas, cubiertos, cartapacio, jabón, sábanas de baño, sistema de televisan… todo y luego valoro y punto.
Rápidamente ya estoy asignando las categorías, quitando y poniendo estrellas. Además incluso investigo cómo han podido llegar:
partners, compras de cuadro a través de subastas, stock de fábrica.

Para mí, el punto clave para asignar las estrellas es el olor de la
recepción, y cómo está compuesto el bufé. Hay recepciones de lo más vulgar por los olores y por la poca cordialidad, afabilidad y naturalidad de los que la atienden.
Odio las relaciones frías, distantes, también las de cordialidad sobreimpuesta, aunque casi las prefieres. Las recepciones son tan importantes o más que las habitaciones. Un buen trato suple muelle, goteo de cisterna… tomen nota los directores.

Nada más levantarme, lo primero, dar gracias a Dios y el bufé desayuno, como en casa. Café con leche y la tostada, dos de sacarina…. Se ha dado el caso de bajar en alguna ocasión en pijama y bata al comedor, ante el asombro de los huéspedes, aseado, pulcro... y reconozco que un poco provocador.


Nada más entrar:- ¿Qué habitación? Joder, que no puedo ni hablar.
Déjeme primero una taza y luego hablamos. Rápidamente le dices que la 234 y el camarero-guardián sale disparado, hasta que oye otra voz – ruido– y aparece como si estuviera reponiendo y sacando más revueltos… De nuevo se abalanza con su frase: «¿Qué habitación?». Y de nuevo para la cocina. Supongo que a fumar un pitillo. Entre entrada y entrada suelen dar una pequeña vuelta, disimulando su verdadera misión: agente secreto. Saca su libretita de comandas y apunta. Hasta que dan las 10,30 que cierra, no aparece jamás. Ni por ningún otro sitio. He pensado que este tipo hace la noche en recepción. Y terminada la inspección del desayuno punto y final a una gran noche... en la que seguro que hubo de todo ¡Qué no sabrán!

Me encanta desayunar. Tengo todo el día por delante. Pero algunos
hoteles de cuatro estrellas son el timo con esos bufés con
sucedáneo de jamón de York, fiambres, y sus derivados, y más si están todos secos, parecen de colegio pero de los 70, es repugnante. Los chorizos de Revilla para desayunar (para merendar fantástico) como que no. El queso. La bollería con bolsa, los zumos en tetrabrik llenos de azúcar y colorante, los malos cafés. Lo mejor, un buen café, bollería del día y poco más, antes que todo ese despliegue de productos B que se multiplican en la mesa.

Cuando comienza la gente con esa timidez: una loncha, otra, un poquito, otra vuelta... y esos ojos saltones pensando todo lo que
queda, y que quedar bien es el objetivo, como si comer fuera de
mala educación. Ignorancia. La falta de naturalidad de la gente que se acerca al bufé, es revelador. Lo primero, es ser educados y después la naturalidad es nuestra mejor cualidad.
Los bufés deben ser variados y abundantes, pero sobretodo de calidad. Es preferible poco, pero de calidad. Productos A sobre B.
Siempre nos quedará el buen sabor para todo el día.

2 comentarios:

M from the blog dijo...

Que razon tienes: que dificil es encontrar esa naturalidad y sencillez de la que hablas... parece que lo sencillo se ha convertido en algo realmente dificil, atipico.....
Ellos se los pierden.
Mientras tanto tu seguiras siendo el perfecto ejemplo de producto A.

marisol

Josué dijo...

Mujer A, Gracias.
Las buenas maneras, el buen gusto,... escasea. Cuidate, y no dejes los consejos de la Srta Romero que son imprescindibless. Bs.