Cada Agosto viene y nos
pide. Quizás, como una prueba de nuestra
fidelidad y nuestra fe. A mí me recuerda
a esas montañas Mágicas que te dejan ascender pero que piden cuentas. Crujen y
quieren lo suyo. Son muchas las pruebas que
nos pide sobre nuestro testimonio de fe.
Agosto nos da toda la luz,
pero también nos dice que las sombras llegan. Y ya lo creo que llegan. Últimamente con halo trágico, la luz y la
sangre siempre unidas.
Yo
se que nuestro Padre no quiere premios, que
es infinita su Misericordia. A veces se
lleva al que no le toca, y nunca lo
comprendemos. Son indicios y señales para decirnos que venceremos. Pide siempre a
los más valiosos. Este año caminó ligero y triunfante sobre su catafalco en su desfile. Tenía buen
jefe de procesión. En sueños me habló y
me dijo que arrastró su pureza en el lino tejido y abrazado con
manos de mujer desesperada. ¡Tanto empeño y lagrimas dejó…! Ese sudario es testigo de unión entre La luz y las miserias
terrenas. Lo prometió y cumplió la promesa.
Pepe ya esta a los pies del Señor. Ana, lo sigue buscando por la casa en cada silencio, en cada
rincón, en cada recuerdo, en cada olor…
No lo busques aquí. Ya está a la derecha del redentor. En lugar destacado. Es
su recompensa.
Y sin que el temporal
amaine, de nuevo una violenta tormenta emprende
una trágica retirada y cuesta la vida de Alberto.
Alberto
era el encargado de abrir la procesión a cara descubierta con la sobriedad y el
buen gusto del purismo colorido. Siempre elegantón y escoltado
por lo más valioso: sus hijos Alba y Alberto. Él, ahora
nos abre el camino hacia el
purísimo cielo. Le tocó. El pendón azul queda huérfano. Una mano que ya no podré estrechar. Sólo dos cordeles de pasamanería fina tiran y tiran
para intentar que Alberto vuelva.
La tierra lo envuelve y lo sujeta. Desgraciadamente no podrá abrir paso
por las calles y cuestas empinadas. Su estela ya no es azul es negra y cargada
de lagrimas. Y su madre, entre la multitud, le lanzará al viento un beso con
inmenso amor y resignación.
Aquí
seguiremos esperando un año más para poder salir en primavera con nuestra Santísima Resurrección. Nuestra Semana Santa es la devoción de una
ciudad y en este caso de un barrio por sus imágenes. No quieren palio, ni cruces
de plata, ni frondosas coronas, quiere
la sencillez de las buenas gentes. Son
de aquí, zamoranos y quieren a sus mejores hijos. Os recordaremos pletóricos
y con gratitud en nuestras reuniones entorno a una mesa con
una buena cazuela con patatas con pata,
como hemos compartido tantas veces. Esta mañana de agosto brilla un poco más el
sol, pero yo tengo hoy una expresión
malhumorada al recordaros. Dos buenos amigos que se fueron jóvenes y que
nos auguran esperanza para todos nosotros.