8/27/2013

Crujen y quieren lo suyo

 Cada Agosto viene y nos pide.  Quizás, como una prueba de nuestra fidelidad y nuestra fe.  A mí me recuerda a esas montañas Mágicas que te dejan ascender pero que piden cuentas. Crujen y quieren lo suyo. Son muchas las pruebas que  nos pide sobre nuestro testimonio de fe.
Agosto nos da toda la luz, pero también nos dice que las sombras llegan. Y ya lo creo que llegan.  Últimamente con halo trágico, la luz y la sangre siempre unidas.
            Yo se que nuestro Padre no quiere  premios, que es infinita su  Misericordia. A veces se lleva al que no le toca,  y nunca lo comprendemos. Son indicios y señales   para decirnos que venceremos. Pide siempre a los más valiosos. Este año caminó ligero y triunfante  sobre su catafalco en su desfile. Tenía buen jefe de procesión. En sueños  me habló y me dijo  que arrastró  su pureza en el lino tejido y abrazado con manos de mujer desesperada. ¡Tanto empeño y lagrimas dejó…! Ese sudario es  testigo de unión entre La luz y las miserias terrenas. Lo prometió y cumplió la promesa.
 Pepe ya esta a los pies del Señor. Ana,  lo sigue  buscando por la casa en cada silencio, en cada rincón,  en cada recuerdo, en cada olor… No lo busques aquí. Ya está a la derecha del redentor. En lugar destacado. Es su recompensa.
Y sin que el temporal amaine,  de nuevo una violenta tormenta emprende una trágica retirada y cuesta la vida de Alberto.

            Alberto era el encargado de abrir la procesión a cara descubierta con la sobriedad y el buen gusto del purismo colorido. Siempre elegantón  y  escoltado por lo más valioso: sus hijos Alba y Alberto.  Él, ahora  nos abre el camino  hacia el purísimo  cielo. Le tocó. El pendón  azul   queda huérfano. Una mano que ya no podré estrechar. Sólo dos cordeles de pasamanería fina tiran y tiran para intentar que Alberto vuelva.  La  tierra lo envuelve  y lo sujeta. Desgraciadamente no podrá abrir paso por las calles y cuestas empinadas. Su estela ya no es azul es negra y cargada de lagrimas. Y su madre, entre la multitud, le lanzará al viento un beso con inmenso amor y resignación.


            Aquí seguiremos  esperando un año más para  poder salir  en primavera con nuestra Santísima Resurrección.  Nuestra Semana Santa es la devoción de una ciudad y en este caso de un barrio por sus imágenes. No quieren palio, ni cruces de plata, ni frondosas  coronas, quiere la sencillez de las buenas gentes.  Son de aquí, zamoranos y quieren a sus mejores hijos. Os recordaremos  pletóricos y con gratitud   en nuestras reuniones entorno a una mesa con una buena  cazuela con patatas con pata, como hemos compartido tantas veces. Esta mañana de agosto brilla un poco más el sol,  pero yo tengo hoy una expresión malhumorada al recordaros. Dos buenos  amigos que se fueron jóvenes  y  que nos auguran esperanza para todos nosotros.