3/16/2017


Alborada




Una vez finalizado el desfile del 2015, como todos los años tuvimos la reunión posterior. En ella siempre surgen la autocrítica,  la reflexión, las dudas, los fallos, los aciertos, etcétera. De entre todos los acuerdos, decidimos  que la cofradía renovaría los cordones  portadores de la medalla, almohadillas de los banzos, y dispondría de un paño de difuntos o pendoneta para el próximo desfile.

Como  muchos  zamoranos, todo lo relacionamos con nuestra Semana Santa.  Pues bien, un día de octubre cuando nos dirigíamos a la localidad de Madridanos, para celebrar el día de la provincia e invitados amablemente por la Diputación Provincial,   no sabíamos que encontraríamos el broche especial a nuestra Semema Santa en forma musical.
Entre todas las actividades  que estaban previstas, anunciaron la presencia de  Manuel Alejandro López, director de la Banda de Zamora,   el folclorista Luis Antonio Pedraza  y el autor  musical el instruido David Rivas.

Sonó la música en aquel momento. Se unía lo formal y lo tradicional. Sonreímos. Nos despertamos con la majestuosidad de la tierra.  Parece que en ese instante vimos con los ojos cerrados, cómo  la piedra del sepulcro giraba y despuntaba  la Vida. Dejando atrás  mortajas, vendas y  un capillo gris.  Soñamos en ese preciso momento, en Madridanos,  que de aquel catafalco de pobreza  y desolación resurgía con  armiño y solemnidad gracias a unas notas musicales. Era octubre, cuándo todo cae, peros los acordes nos trasladaron a la primavera. Llegaron  las flores en plena marchitez. Acaecía el cierre musical que siempre soñábamos y que se nos resistía.

Lo presentimos, Lo sentimos,  El corazón nos llamó. Hubo miradas cómplices.  Nos fuimos a Marzo. Se cruzó la música de la Resurrección, y allí, vimos como La Virgen  iba tras su hijo, triste y emocionada.  Unos pasos detrás de ella, la comitiva que desfiló el viernes Santo, a cuyos hombres  entregaron los restos inertes  de Jesús de Nazaret.  María no pudo contener las lágrimas. La notamos derrumbada, saliendo de San Vicente, suplicando al cielo, con un nudo en la garganta y le sintió más cerca que nunca sobre su regazo. Gritó ¿Por qué yo?

 A los tres días, después de girar la losa, un  remolino de gente se separa en señal de respeto y honor.  ¡Qué pasa! Se abre paso en la plaza a la Majestad. La ceremonia y la precedencia.  Nos indican que algo grande pasa. La Madre  en su soledad, se despoja con fuerza y decisión de aquel manto negro. Un movimiento instintivo, rápido, aunque no atropellado. La tierra  le había devuelto con vida al hijo. Salió corriendo hacia Él. Tras el saludo, ambos, de la mano y al unísono decidieron  enseñar el camino, con los sones de nuestra tierra. Allí estaba  la novedad, una  pieza musical.  “La suite sayaguesa” y para la ocasión, una alborada. Elegida por su carácter solemne. Una pieza mañanera en honor a la realeza. La Verdad se presenta  en loor de multitudes  con el brazo en alto en señal de Victoria. Es La Resurrección, el comienzo de un tiempo nuevo.


La luz  con la que amanecemos cada Pascua de Resurrección tiene los ocres fuertes de las tierras de Zamora. Quizá, sin saberlo, El Soberano quiere que lo escuchemos mejor. Que lo comprendamos. Quiere  llegarnos. La flauta y el tamboril  se unen con  los imperiosos y poderosos instrumentos de cuerda,  percusión y viento de la solemne banda para que escuchemos bien su mensaje. Anuncian la alborada, el Grande entra en Zamora Triunfante.

Los cargadores, orgullo de toda familia zamorana, casi incapaces de terminar, están ya en la plaza. Físicamente  muy mermados,  a punto del desaliento. Miran entre las rendijas… En ese momento, aflora ese sentimiento de cargador. Entre los banzos  y como último esfuerzo surge  ese: ¡Vamos¡. La devoción, la penitencia y la familia van en sus hombros. La ilusión es máxima.  La impresión es aún mayor porque representa toda una novedad. Ayudados y acompañados de los compases, con estilo, poderío y cadencia, como los buenos vinos de Toro, caminan  juntos Jesús Resucitado y María, culminando  su Encuentro en la Plaza.

La Plaza Mayor, residencia de todos los zamoranos, esperaba sola y   sombría. Los casi dos mil hermanos, presurosos abrieron  un hueco para que Madre e Hijo avanzaran. Rozando las once y media, Jesús Resucitado  entró triunfal en la plaza, La música comenzó. Todos estábamos  algo nerviosos. ¡Sones nuevos! Nuestro silencio cómplice y arriesgado.  Sabíamos que encajaba, pero… Comienzó el baile de los pasos. Ese primer silencio eterno de sorpresa fue seguido y  acompañado por  las caras  de alegría  que se sumaron al ritmo. Un Aleluya Terrenal.

Después,  el  momento más relajado del día y quizá de toda una semana, todo un año.  Hubo miedo, pero también determinación y decisión. Nuestra Presidenta, lo vio claro. Se dejó aconsejar de quien sabe. Qué difícil es a veces.  Logramos  con gran esfuerzo contener las lágrimas al igual que el resto de la directiva de la Santísima Resurrección, pues la emoción se ha dejado palpar en el ambiente. Jesús Resucitado sube triunfador desde Santa María de la Horta. Nos llama puerta por puerta por toda nuestra ciudad, y ahora con sones  de alborada. Gracias, mereció la pena el arriesgar.



Publicado en la revista fondo,
https://issuu.com/semanasantazamoraorg/docs/fondo_2016